Un amigo actor vive en Xalapa también; escribió
por Facebook que quería verme y desayunar. Cuando vi el mensaje me pareció una
buena idea, después de todo yo estaba sola y un desayuno en domingo no es
despreciable ni siquiera para una ermitaña empedernida.
Acordamos vernos once a.m., en Plaza Crystal,
un lugar agradable y concurrido, llegué unos minutos tarde; salí con el tiempo rayando la impuntualidad en el regodeo de saber que vivo
cerca.
De lejos, le veo usando lentes oscuros
con celular en la mano, nos abrazamos, luce triste
, nos sentamos en una mesa
junto al café “Bola de oro”,
me hace muchas preguntas. Yo sé que él quiere
hablar, desahogarse, no estar solo. Intento ser comprensiva y empática, después
de todo acabo de llegar del DF y tampoco es que tenga mucho que hacer además de
rumiar teoría teatral, aunque con semejante cuestionario pienso que
ha sido una mala idea.
Enuncié un breve resumen equilibrado entre
cosas positivas y negativas, no vaya a creer que soy extremadamente feliz y se
sienta miserable o me muestre más miserable que él y se sienta mierda de no ser
tan miserable. Cortésmente hago una pausa, devuelvo las preguntas, con ojos
grandes, esperando que deje libre la pesadumbre que intenta contener con sus
palabras de amabilidad. Me cuenta que ha roto con su novia, pedimos un par de
cafés, relata atropelladamente por qué ahora es mejor estar solo .
Luego, entusiasta comenta querer salir,
perderse por Xalapa, pide la cuenta y nos vamos.
Me pregunta en dónde
quiero desayunar, agrega, hoy iremos adónde tú quieras, si quisieras ir a Chachalacas iría contigo.
Animada por su disponibilidad propongo ir a
Coatepec.
Mientras maneja me siento relajada, me tiró
en el asiento y siento libertad de hablar, ahora escucha, creo que como
conductor prefiere no hablar tanto,
entonces, logro liberar mis congojas
guardadas.
Día soleado me siento feliz de haber dejado la ciudad y el
ruido de los autos.
Nos sentamos en un restaurant del centro de Coatepec,
elijo un sitio que este en la calle para ver a la gente pasar y sentir el sol.
En la mesa de a lado Ari Brickman
cantante-actor de la escena mexicana conocido no sólo por su talento sino además por su atractivo masculino, lo miro con el rabillo del ojo, él mira que lo miro, su
piel blanca se pone roja, su gorra negra logra hacer sutil el ataque del
sol.
Me escapo de vez en cuando de la
conversación: teatro, amor, poder... ¿qué más pueden hablar dos personas que
tienen años de no verse?
Caminar e ir al teatro.
Está noche veremos Existencia de Abraham Ocerasky, nada mejor que cerrar este día con
un artista que resiste y crea en medio de la dificultad.
Compramos los
boletos, para este punto de la tarde siento que somos lo mejores amigos. La
calma y el vacío nos hacen sentir algo de paz
. Vemos el reloj, tenemos
una hora libre, los temas son inagotables
. Me reconforta pensar que no
volveremos a vernos, que esta saliendo conmigo porque esta completamente deprimido,
pero tiene un estilo generoso de expiar su depresión.
Me ha comprado un
durazno y merengues (sin olvidar el torito de cacahuate en el centro de
Coatepec), comemos sentados en la cajuela del auto. Abraham Oceransky se acerca,
tal vez considere extraño ver en su teatro un auto con la cajuela abierta, nos
mira platicando, saluda y se aleja.
La hora de la función se aproxima,
entramos al lobby del teatro, y de pronto veo entrar a Alberto.
Hago las presentaciones torpemente: Teo, Beto...
- Felicidades, supongo que te quedaste en la
maestría...-
Me extiende su mano lánguida y dudosa
.
-Un abrazo, ¿verdad? es una
felicitación
- me levanto con el impulso de querer tocarlo.
-Te ves más morenita, ¿estás
quemadita?
- No, sólo sol de ciudad.
Instintivamente, Teodoro me pregunta de
dónde lo conozco, digo que lo conocí en un café, desdeñosa.
- El lugar donde trabajo hasta
que se normalice lo de la beca- agrega él.
Una conversación cordial entre los
caballeros, lo cual me relaja porque yo no he dejado de
mirarlo
.
Estoy viendo sus ojos cafés, y esa sonrisa
que tiene natural en medio de cada frase.
Si me mira me pongo seria; espero no note que mi respiración es más rápida.
Abraham Oceransky pasa, vuelve a sonreírme.
Alberto, se
mueve para que pase el maestro y hace burla de mi admiración por el director. No puedo evitarlo, mi mano toca la suya
, le doy un suave pellizco e
intento dominar a mi cuerpo que no deja de querer acercarse.
Teodoro, mi
amigo, me dice -preciosa vamos a entrar-
¿preciosa? ¿de dónde viene eso? No
digo nada, no puedo pensar, camino. Beto se queda atrás,
se sienta a dos
lugares de nosotros en la misma fila.
Irónicamente, la primera vez que
salimos Beto y yo fuimos a ese teatro, a ver a ese director, con otra obra, ¿la
vida se repite infinitamente para decirnos que nunca estaremos juntos?
Final
de la obra, aplausos, que paz... ahora podremos irnos, se acerca un hombre y
nos dice que han decidido por ser fin de temporada
hacer una charla (el odioso metateatro de los mexicanos).
Mmta, pienso, ni huir en estos
tiempos
es fácil.
Un par de comentarios aduladores, nada para abrir
una discusión.
Primero pienso que no quiero comentar, sin embargo, al ver esa baja
calidad de participación mi ego académico me impide seguir en ese espectáculo
decadente de flores a los actores.
Pregunto a Oceransky, ¿por qué
Artaud?
Él no estaba moderando la charla, pero responde, explica, describe
su proceso.
Teodoro, pregunta o habla, no entiendo que dice, yo estoy
mirando a Beto con el rabillo del ojo.
Termina Teodoro, Beto toma la
palabra, debo confesar que no entiendo como la gente diga tanto y no entender
nada.
La charla termina, Beto saluda a una de las
actrices, una guapa, me estoy poniendo celosa. Me despido de Oceransky. Teodoro
quiere seguir sentado
le pido que nos vayamos
la escena es un poco
rara, porque no es una escena es la vida
y yo no soy la protagonista de
nada
no quiero ver a Alberto hablando con otra mujer, eso es todo.
Salimos,
subimos al auto, no dejo de pensar en él, no escucho a Teo, poco le
importa.
Me lleva a cenar, sigo pensando en él, me
incomoda, ¿por qué pienso en él?
Afuera
de pronto
un
choque: un auto se impacta contra una camioneta de policías, de esas de granaderos
; me pongo nerviosa, el policía saca un arma larga y le
apunta contra la cabeza del conductor.
Alguien grita - le va a disparar-,
otra voz, dice, ¡Todos al piso!- ;
contradicción entre la curiosidad de seguir
viendo lo que pasa ante el deseo de preservación; el policía sigue apuntando
al hombre; nos tiramos al piso,
suena a lamina,
o mejor dicho, cómo la
defensa se ha caído. El auto y la camioneta de policías se alejan. ¿Narcos?
¿Seguridad?
¿Accidente?
- Eso es normal en Xalapa, dice una mesera,
mientras limpia y retira los platos medio vacíos.
No puedo concentrarme, Teodoro,
comienza a hablar de hombres buenos y malos, comienzo a detestarlo.
Quiero
ir a casa, lo expreso, aunque él dice que no pasará nada ahora.
Llegamos a mi casa, parece querer que lo invite a pasar, yo quiero estar sola. Hakú, mi gato, sale elegante y bello,
abro la puerta y lo cargo; Teodoro parece no querer a los gatos, se retira.
Bajo al minino cierro la puerta, camino hasta mi habitación, enciendo el portátil y pongo música de Ari Brickman el cantante-actor guapo de la escena mexicana actual.
28.07.2013
@clomarinclan (twitter)
Claudia Marinclan (FB)