Bla bla bla, bli bli…
Todo lo que hemos dicho son palabras que pueden diluirse,
cambiarse, modificarse. A veces, uno cree tanto en la palabra porque nos
enseñan a que enunciar es parte de la verdad más inminente. Sin embargo, los
ojos delatan que no existe una correspondencia entre lo enunciado y lo que se
calla.
Pienso que
la mayor parte del tiempo, nuestras palabras están educadas sólo para obtener
deshonestamente lo que queremos, ya que tememos a la acción, tenemos miedo de
hacer, de realmente hacer. Las acciones
son algo más poderoso que la palabra. La palabra tiene su magia y su poder,
desde luego, pero todo en el plano de la pretensión, aquella nobleza y
sensibilidad que sólo se encuentra de “dientes
pa’fuera” pero cuando todas las acciones son negativas, demandantes,
egocéntricas, abúlicas, agónicas… qué pensamos.
No pidan que
me conforme con unas palabras endulzadas con canderel, mejor el silencio.
El silencio
como lupa nos ayuda a ver las acciones, el silencio nos protege de la precipitación
nos lleva a la reflexión y nos acerca a la realidad.
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