No me gusta visitar la casa de mis padres. Me hacen recordar
todas las cosas de las cuales huyo. Está mañana vi a la vecina, su rostro era
serio y evitó mi mirada; mientras yo comía una papaya recién cortada, ella
cerraba su puerta lentamente, silenciosa, bajo la mirada y se escurrió como
agua de lluvia en día soleado. Su hijo murió hace meses, todos dijeron que de cáncer, pero Dios, los
médicos y ella saben que fue de VIH.
Yo siempre
pensé que era homosexual, aunque esa no es razón para morir de sida, supongo
que de todas formas la sexualidad es un riesgo desde una preferencia u otra. No
podría sentirme fuera de esos conflictos ni podría presumir una castidad
inalcanzable, sólo, que verla seguir cada día con una rutina que le es
insoportable, me recuerda que en realidad no tengo nada de qué quejarme que mis
conflictos son nada, que mis preguntas sobre el teatro y la vida son “mamadas”
que la vida en realidad tienen cosas que no se pueden contar, transmitir o
contener, que la vida sigue y ella lo sabe. Saca la basura y se va a trabajar a
una casa, a limpiar. Limpieza que no logra calmar su alma.
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