Las llamadas me dejan boquiabierta, mi prima Ana está hospitalizada. El diagnostico no demasiado detallado, sólo sabemos que un tumor en la cabeza la tiene esperando una cirugía.
Supongo, que
no hay nada que nos sorprenda ahora, después del infarto del tío Samuel; del
paro cardiaco de la tía María Luisa; de los ataques epilépticos, depresivos, suicidas,
de la violencia intrafamiliar, contra la querida tía Lupe; del alcoholismo
crónico de los hombres Marín, de las muertes fulminantes como la de los tíos David y Rogelio; de la parálisis de
Carlos (el hermano menor); de la leucemia de la pequeña Dani; e incluso de mis aparatosos
accidentes y asaltos. No hay mucho de qué sorprenderse.
Quisiera contar con
detenimiento cada una de las tragedias o eventos tristes de nuestra familia,
quizá la desgracia vino sobre nosotros desde que mi abuelo tomó a la abuela
en despecho de que una mujer adinerada del pueblo decidió despreciarlo. El
abuelo Pedro al sentir su orgullo herido, opto por robarse a la mujer que
vendía verduras tirada en la entrada de la plaza, de esa mujer hizo su mujer; y de la agresión vinieron sus hijos, todos ellos con la sonrisa característica de los Marín, quienes nunca quieren
que la fiesta pare, quienes guardan sus innumerables tristezas desde el
origen de sus vidas, en la violencia y el abandono. Los nietos cargamos la
maldición y sonreímos también, excepto Ana que tirada en una cama de hospital espera que le extirpen
el bulto de su propia calamidad.
Tal vez, no sea momento de ponerse a escribir, porque ahora es tiempo de ir al rezo de
Minerva la sobrina de mi madre, supongo que lo más trágico es que la vida sigue
que no hay tragedia, que esto es la realidad.
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